En este primer cuarto del siglo XXI asistimos a un vertiginoso proceso de cambios en todos los órdenes y facetas de la vida humana. Una de estas transformaciones la advertimos en el fenómeno de las migraciones transcontinentales. Pero dentro de los países más desarrollados, estos éxodos se concretan en el desplazamiento de las poblaciones rurales a la vida urbana. Se estima que para el 2050 un 66% (dos tercios) de los habitantes del mundo, vivirán en ciudades. Como contrapunto, ya ha comenzado a surgir una “nostalgia” de la Naturaleza en el corazón (y en la cabeza) de buena parte de los urbanitas que —al fin y al cabo— son seres humanos con un origen en la “Mama Natura”.

Contra el hacinamiento, la contaminación, las prisas, el achicamiento habitacional, la mengua del tiempo, la velocidad de la rutina diaria… y otras incompatibilidades que la vida moderna plantea frente a la armonía natural, crece la necesidad de ese oxígeno espiritual que sólo encontramos en los espacios abiertos en que la vista se pierde en el horizonte, y los sueños en los cielos estrellados. 

Jorge Santos es, en ese sentido, un “fabricante de fantasías”, capaz de convertir la mugre de una fachada urbana en un “paseo entre las flores, los árboles, el agua de un río, o las olas de un mar”. Porque utiliza el arco-iris como su paleta de colores para transportarse a sí mismo y perderse en cada uno de los bosques y jardines que es capaz de pintar. 

Jorge Santos es un pionero a la hora de promover e incrustar murales “naturales” en cualquier “cemento urbano”, que invitan a un profundo y relajante suspiro ante su contemplación visual, en medio del trasiego y el bullicio de la diaria “locura” de cualquier metrópoli.